Decisión

Tomó en sus manos un resto de hojas caídas, sus ojos eran azules intensos, del azul del mar cuando está en calma, a medianoche, bajo un cielo estrellado y oscuro cual equino azabache, digno y estoico, solitario, en medio de un desierto arenoso y brillante. Se acercó al arroyo y éste le devolvió su reflejo, caían mechones marrones sobre su rostro y él miraba meditativo el discurrir del agua. Llevaba un leve ropaje, liviano como su estampa, y el sol de la mañana acariciaba su serena mirada. El sauce lo invitaba a soñar sueños de brisas, de libertad, y el gorrión lo alentaba a cantar canciones de otoños, de paz. Encontróse en la intemperie, mas no se amedrentó, supo que el dolor es un maestro, que a veces es necesario transitarlo y comprenderlo. Y divisó un claro en el bosque, y allí vio otros ojos humanos, y una piel cobriza, mestiza, y unas manos finas, delicadas. Tenía un cabello largo y negro carbón, y estaba sentada en un tronco cortado. No quiso asustarla, sólo la observó a lo lejos, oculto tras el follaje. Y oyó una suave melodía. Era una voz dulce, cadenciosa, subyugante. Impregnaba de vida, la ya llena de vida, atmósfera que los rodeaba, habitada por ombúes, cipreses, conejos, ardillas, pequeños roedores y grandes arboledas que embellecían ese lugar. Y así como la descubrió, de un momento a otro desapareció. Se internó en el bosque y sólo su canto siguió, cada vez más tenue, más tenue cada vez. De pronto quedó ensimismado, no sabía si seguirla u olvidarla. Él no buscaba nada, al menos eso pensaba. Conocía un poco de los vaivenes entre hombre y mujer, de la vida de pareja. No la había vivido, pero algo le dijeron, y algo observó, y a decir verdad, no quería pasar por todo eso, así que se contentó con el grato instante vivido y retornó a su cabaña, hecha de historias que contar.

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