La historia de Ramón y su amiga Margarita

1 Hoy contaremos la historia de un ratón marrón sin ton ni son, y de su amiga la lechuza que come lechuga silenciosa y a oscuras. Se encontraba el buen Ramón (así se llamaba nuestro ratón) en medio de una indecisión, no sabía qué camino debía recorrer para volver a su guarida, donde lo aguardaba un poquito de harina. Tanto pensó y pensó, que empezó a salirle humito de la cabeza, pero por suerte ahí cerquita estaba Margarita, la lechuza que de caminos sí que sabía. _ Margarita, ¿podrás decirme qué camino debo tomar? _ Tal vez - dijo muy misteriosamente- Cualquiera sea el camino que te indique, te aseguro, tiene sus dificultades, pero te daré una pista para que escojas el más benigno. Elegir por elegir parece no tener fin, ni el primero, ni el segundo, quizás sea el tercero. Entonces como a Ramón no le gustaba complicarse demasiado eligió lo que primero entendió, es decir, por el tercero optó. Y allí iba nuestro Ramón, un poco asustado pero con determinación, se puso sus botas verdes, su chaleco negro azabache y su sombrero color granate. Guardaba la esperanza de que su amiga Margarita no lo abandonase en tal osadía, pero no se animó a pedírselo - vaya uno a saber por qué – sin embargo Margarita era muy comprensiva y adivinó lo que Ramón sentía. Así que lo acompañó nomás, y los dos se adentraron en el bosque. 2 El sol ya se encontraba más cerca de echarse a dormir que de andar por ahí alumbrando a un par de aventureros, pronto el bosque se llenaría de sonidos y silencios a la vez, y la oscuridad cubriría a todos los animales, los árboles, las flores… Ramón no sabía qué hacer, si seguir a tientas exponiéndose al ataque de algún depredador o aguardar en algún refugio hasta que amaneciera. Lo consultó con su amiga y, a pesar de que a ella no le afectaba mucho seguir viajando, pensó que lo mejor era esperar a que saliera nuevamente el sol para reanudar la marcha. Así que con los últimos destellos de luz Ramón pudo divisar el hueco de un gran árbol y allí se acomodó. Mientras, Margarita se posó en una de sus ramas. Ante la primera claridad Ramón abrió los ojos de par en par y salió del hueco para ver si Margarita estaba despierta, pero ante su sorpresa no la vio por ningún lado. Comenzó a llamarla: ¡Margarita! ¡Margarita! ¿Dónde estás? y nada. Buscó por allí, buscó por allá, y nada. Se encontró con Manuela, la tortuga, y le preguntó si había visto a una lechuza que respondía al nombre de Margarita, de mirada intensa y huidiza presencia, y nada. Ramón se estaba desesperando porque era su amiga y no podía ser que se hubiera ido sin avisarle. Pensó que tal vez algo malo le habría pasado, no sé, que alguna otra ave la hubiera raptado, que algún humano la hubiera cazado… o a lo mejor, pensó, aunque le daba mucha pena pensar en esto, que se cansara de su compañía y que decidiera marcharse sola. De pronto, escuchó una voz muy bajita que le decía, como en secreto _ Yo te puedo ayudar _ ¿Sí? Dime por favor, ¿qué pasó con Margarita? Era Martín, el colibrí con manchitas de color gris, que seguía hablando en secreto como si hubiera que andar sumamente prevenido en medio de esos frondosos y magníficos árboles _ No fue un rapto, ni mucho menos, y los humanos no suelen animarse a caminar estos sitios. Lo que a su amiga le pasó don ratón, es algo que le pasa a todas las lechuzas que se ven por el bosque _ ¿Qué es eso don colibrí? Preguntó, muerto de curiosidad _ Pues, se trata ni más ni menos que del famoso Festival de Lechuzas Viajeras que se celebra una vez al mes, por acá cerquita nomás. Tiene que seguir derecho, cruzar aquel arroyo, evitar ser comido por aquella serpiente, luego, un poco a la izquierda y otro poquitín más allá. Ahí de seguro la va a encontrar. Y bueno, se dijo nuestro ratón, habrá que ir nomás. Agradeció inmensamente al colibrí, y reemprendió el viaje. 3 Tal como se lo había predicho Martín, primero tuvo que sortear el arroyo, para lo cual se trepó a una rama flexible que al pisar en su extremo se inclinó depositándolo en la otra orilla. Ahora venía lo más difícil, porque tenía que pasar muy cerca de esa serpiente, y como es bien sabido, a las serpientes les gustan mucho los ratones. Pero no se amedrentó, lanzó una piedra para despistarla y se fue por el otro lado. Así, ya no le quedaba más que un pequeño trecho para llegar a destino. Un murmullo de voces se oía muy cerca, había música también, sonidos de guitarras, violines, trompetas y flautas traversas. Ramón vio un gran cartel que decía “Festival de Lechuzas Viajeras”. Nunca en su vida había visto tantas lechuzas juntas, parloteaban sin cesar e iban de aquí para allá, y de allá para acá, algunas tomaban mate con criollitos, otras café, había las que jugaban a los naipes, al chinchón y al desconfío, y las lechuzas niños, jugaban a la escondida, a la mancha, al fútbol… Parecía verdaderamente un jolgorio, todo estaba vestido de fiesta. Mirara por donde mirara no lograba divisar a su amiga, así que decidió unirse a la fiesta. Cuando pidió un mate y lo vieron, un poco más pegan un grito en el cielo, se horrorizaron de que hubiera un ratón en medio de su reunión. La música paró, el parloteo, los juegos, ¡todo! Se hizo un silencio sepulcral, y ya estaban por pensar en mandarlo bien lejos cuando… _ ¡Ramón! ¡Era Margarita! ¡por fin! - pensó - _ ¿Lo conoces a este ratón? Preguntó un lechuzón gordo y grandote _ Sí, es mi amigo, el ratón Ramón. Disculpame Ramón que no te avisé pero estabas dormido y no quise despertarte, pensaba volver más temprano, al clarear el día pero me entretuve tanto que se me pasó volando el tiempo _ No hay problema Margarita _ ¿Querés que reanudemos la marcha? _ Bueno Así, nuestros dos amigos retomaron el camino, saludando muy cortésmente a todos los allí presentes. 4 El sol ya se estaba acercando a su punto más alto cuando sintieron un olorcito a pastel de manzana que les parecía, venía justo de la dirección hacia la cual se dirigían, pero ¡oh sorpresa! dieron unos pasos más y se encontraron ¡con un precipicio! Ramón no recordaba que hubiera precipicio alguno al salir, la última vez, de su casita, pero al parecer, no era una ilusión, más allá del mismo podía divisarse la granja de los humanos, (seguramente de allí vendría el olor a pastel) y en un rinconcito dentro del gallinero, Ramón tenía su refugio. Entre los dos, se preguntaron cómo habrían de sortear semejante obstáculo. Para Margarita era fácil, pues era un ave y podía volar, pero ¿para Ramón? Así que se pusieron a pensar y pensar y pensar hasta que a la lechuza se le ocurrió _ ¿y si te llevo a cuestas? Ramón le tenía un poco de miedo a volar, y a las alturas, pero se dijo que podía resultar una interesante aventura. Entonces armándose de coraje el ratón puso una pata de un lado, y la otra del otro lado del lomo de Margarita, se agarró fuerte a su pecho, y ¡salieron volando nomás!, ¡eran unos grandes aventureros nuestros dos amigos! Llegaron a destino y a Margarita le dieron ganas de probar el pastel de manzanas, pues aparentaba ser una delicia. Se acercaron lentamente a la ventana de la cocina y cada uno tomó, como pudo, un pedacito. Así fue que nuestro buen ratón pudo retornar a su hogar. Ahora guardaba una historia más que contar a sus futuros nietos (cuando los tuviera). Le dio un beso muy grande a Margarita y se despidieron hasta la próxima odisea. Y colorín, colorado, este cuento se ha terminado.

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